De viaje con un BMW 330e iPerformance: parte I

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Reconozco que soy una persona a la que le gusta experimentar para saber si algo merece la pena o no en vez de basarme en ideas preconcebidas acerca de algo. Pero sinceramente, un coche híbrido para tragar kilómetros no me parecía lo más adecuado. Mejor uno diésel, o incluso uno de gas, ¿no? O eso creía.

Para disipar mi duda he decidido cruzarme prácticamente toda la península en una berlina híbrida de bastante potencia. Concretamente he elegido un BMW 330e iPerformance, la variante híbrida enchufable del BMW Serie 3. Es de propulsión trasera y combina un motor turboalimentado de gasolina de 2.0 litros con otro eléctrico: unidos entregan 252 CV, así que la cosa promete.

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Una primera toma de contacto

El espíritu de este coche, al menos el de la unidad que me prestó BMW, parece todo lo contrario a los valores que siempre han caracterizado a la marca bávara, como el dinamismo o la deportividad. Al verlo por primera vez pensé que lo que más me correspondía hacer era ir a tomar una taza de té con pastas con mis amigos de alta cuna (eran cerca de las cinco de la tarde).

Ni rastro de paquete M exterior ni interior, llantas de 16”, apariencia señorial, un color gris metalizado muy discretito para su carrocería… “no parece un coche divertido”, pensé. Sin embargo, estoy aquí para darle una oportunidad y eso es precisamente lo que voy a hacer. Al fin y al cabo son 252 CV y un sistema de propulsión trasera, y eso suele ser garantía de disfrute.

A pesar de todo lo que he dicho en la introducción, los coches híbridos me gustan, y mucho. Gastan poco (o nada) en ciudad, son respetuosos con el medio ambiente y, si en algún momento te apetece la marcha que te da un propulsor de combustión, solo tienes que cambiar de modo de conducción y pisar con decisión el acelerador.

En curvas es todo un velocista

Dicho y hecho: lo primero que hice fue llevármelo de paseo a las típicas y reviradas carreteras de montaña. Modo Sport activado y transmisión en posición secuencial para cambiar con levas. En los primeros cinco minutos ya me había ganado. ¿Cómo narices puede ser tan ágil y coche que sobrepasa holgadamente los 1.735 kg de peso? Pues incluso con el lastre que suponen las baterías se mueve realmente bien en curva.

Dinámicamente, BMW ha hecho un trabajo excepcional con este coche a nivel de chasis. Aunque hay una pega que me parece importante y que ya comentaré más adelante, como es la suspensión. Es demasiado blanda y hace que este 330e pierda aplomo y empaque en carretera. Y es algo que se soluciona a base de extras, pero el precio base asciende a 47.700 euros, una cantidad respetable.

En cualquier caso, la mecánica de gasolina suena genial cuando le exiges potencia y la caja de cambios automática ZF de ocho velocidades responde rapidísimo a los toques en las levas. La dirección es precisa para lo visto en los coches modernos, y los neumáticos Michelin Energy Saver en medida 205/60 hacen que el coche consuma muy poco y, a su vez, se agarre como un condenado en cada giro.

Después de una ruta como esta miro el consumo de combustible registrado por el ordenador de a bordo y, aunque me esperaba algo más bajo de lo normal (mis expectativas eran muy altas en este sentido), me encuentro con una cifra de 7,1 l/100km. Tras darle caña, está muy pero que muy bien.

Al garaje después de conocernos

El primer día con él ha sido corto, muy corto, pero intenso. Lo aparco, pulso el botón del cierre centralizado en la llave y me doy la vuelta para echarle un último vistazo antes de despedirme hasta el día siguiente. Mis sensaciones son completamente opuestas a las que tenía justo al verlo salir del concesionario de BMW. Tanto que me subo a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Estoy impaciente por volver a cogerlo mañana.